En este momento de celebraciones por el Bicentenario de la Nación, el recuerdo de lo sucedido hace 34 años atrás renueva la importancia de hablar de ello.
El 24 de marzo de 1976 el país sufrió un nuevo quiebre de su vida en democracia y la muerte, el horror y el desprecio por la vida fueron los valores que nos gobernaron por varios años. Y que dejaron una triste secuela en distintas generaciones, amén de sumir al país en una crisis económica, política y social profunda.
Hoy, asistimos a un momento especial: transitamos una coyuntura novedosa en lo político pero afortunadamente, alejada y ajena a cualquier idea de quiebre institucional. No se puede ni siquiera insinuar que alguna de las actitudes o sucesos de los que participan los dirigentes de los diferentes estratos, tengan algún viso o tufillo “destituyente”: la vida en democracia es el lugar de disputa de cualquier situación, por traumática que sea.
Los 30.000 desaparecidos son un símbolo que debemos recordar para saber de la hondura de las situaciones vividas y de lo importante que es transitar cada paso por los senderos del respeto y del crecimiento de los resortes democráticos.
Eso exige compromiso, en cada uno de nosotros –ciudadanos- y una mucha mayor responsabilidad en la clase dirigente.
Por eso, hay que repetirla porque la fuerza de esta frase, nos obliga al compromiso –desde el lugar que uno ocupe en su trabajo, profesión o actividad- a hacerla una frase inolvidable e invalorable: Nunca más.