“No al odio, no a la bronca, no al no se puede”.
Así cerró su discurso en la Plaza de la Independencia el flamante Presidente del Uruguay, José “Pepe” Mujica.
Discurso que fue continuidad del juramento previo en el Palacio Legislativo, donde asistieron a su asunción los ex Presidentes Tabaré Vázquez, Julio María Sanguinetti y Luis Alberto Lacalle.
Ejemplo maravilloso el del país hermano:
- un nuevo Presidente que inaugura sus pasos hablando de No a la bronca ni al odio, cuando él estuvo 14 años preso, víctima de la dictadura, por haber sido uno de los fundadores de la agrupación Tupamaros
- un discurso presidencial donde habla de desterrar las diferencias, delante de dos férreos opositores que jamás osarían faltar y no participar de la asunción de un nuevo mandatario elegido democráticamente.
Mientras tanto, en nuestro país, asistimos a la inauguración de un nuevo ciclo legislativo mostrando ejemplos –tal vez no sea la mejor palabra para describirlo- de todo lo contrario a lo practicado por los uruguayos:
- el saludo y el “ninguneo” de la Presidenta de la Nación a su Vice, en el momento del arribo al Parlamento y durante toda esa jornada
- la ausencia de importantes dirigentes políticos, como Elisa Carrió, cuando la inauguración de las sesiones ordinarias del Congreso es un momento fundamental para nuestras instituciones
- la actitud incomprensible de inaugurar el período de sesiones parlamentarias anunciando un decreto de necesidad y urgencia
Debemos mejorar como país y debe crecer nuestra clase política.
Y no es un pecado mirar como ejemplo a nuestro querido vecino Uruguay.
José “Pepe” Mujica, cercano a cumplir los 75 años, seguirá viviendo en su modesta chacra de las afueras de Montevideo, donde cultiva flores y produce hortalizas.
Amén de que donará la mayor parte de su salario como ejemplo de austeridad ante el manejo del presupuesto público y como muestra ante los sindicatos de que el nuevo gobierno se manejará con prudencia fiscal.
¿Qué lejos estamos de eso, no?