Las calles de la Argentina estuvieron pobladas de ciudadanos argentinos que las recorrieron con un entusiasmo y alegría, que no puede adjudicarse en su autoría ningún dirigente, ni político ni social ni religioso.
Los colores nacionales pintaron una escena maravillosa que permite decir que los argentinos hicieron suya una fiesta, sin prestar atención a los cruces y mensajes políticos. Mucho menos, que se hayan interesado por las sillas vacías que fueron dejando en diferentes escenarios, demostrando que la mezquindad es la moneda más común en nuestros apasionados dirigentes del mundo político.
El mensaje de la Iglesia en el Tedeum de Luján (porque llegamos al absurdo de dividir aguas en las ceremonias religiosas, también) bregó por "una justicia más efectiva, una mejor y más equitatita distribución de la riqueza y una mayor independencia de los poderes".
Quien quiera oir que oiga.
Si alguien piensa que puede tener pretensiones de llegar al 2011 con candidaturas e ingenieras políticas que no comprendan los deseos populares y las necesidades cotidianas de los más urgidos, está destinado a quedarse en su propio mundo, de microclimas y consignas armadas.
Si se piensa que el "victimizarse" por las operaciones oscuras alcanza para llegar a una ciudadanía interesada en su realidad y no en la realidad virtual, el camino también estará errado.
La calle mostró que los argentinos sienten amor por su Patria sin tanta disquisición politiquera.
Más cerca de la alegría, la música y las expresiones artísticas que de las encuestas, los asesores de imagen y la construcción de una propia realidad, que sólo consumen los adulones, los que viven incorrectamente del Estado y los que se olvidan de que la única verdad es la realidad.