“Miles de mujeres y de hombres hacen filas para viajar y trabajar honradamente, para llevar el pan de cada día a la mesa, para ahorrar e ir de a poco comprando ladrillos y así mejorar la casa. Se va dando así esa dinámica linda que va transformando las Villas en barrios obreros. Miles y miles de niños con sus guardapolvos desfilan por pasillos y calles en ida y vuelta de casa a la escuela, y de ésta, a casa. Mientras tanto los abuelos, quienes atesoran la sabiduría popular, se reúnen a la sombra de un árbol o de un techo de chapa a compartir un mate o un tereré y a contar anécdotas. Y al caer la tarde muchos de todas las edades se reúnen a rezar las novenas y preparar las fiestas en torno a las ermitas levantadas por la fe de los vecinos.
La contracara, el lado oscuro de nuestros barrios, es la droga instalada desde hace años, quizás con más fuerza desde el 2001. Entre nosotros la droga está despenalizada de hecho. Se la puede tener, llevar, consumir sin ser prácticamente molestado. Habitualmente ni la fuerza pública, ni ningún organismo que represente al Estado se mete en la vida de estos chicos que tienen veneno en sus manos”.
Así comienza el documento que los curas de las villas, el equipo de sacerdotes para las villas de emergencia suscribió los últimos días de Marzo de este año.
Ante esto, la reacción ha sido poca. Poca en quienes tienen responsabilidad en cambiar esta dura y concreta realidad.
Hoy, ha cobrado una vigencia imponente el debate sobre los castigos a los menores que delinquen: una sociedad no debe pensar sólo en castigar sino en resolver los problemas de fondo que ocasionan que gran cantidad de jóvenes hoy estén delinquiendo.
El debate comienza torcido y de ese modo, alejado de las posibles soluciones.
Un dato muy importante dan los sacerdotes en su documento: “el problema no es la Villa sino el narcotráfico. La mayoría de los que se enriquecen con el narcotráfico no viven en las Villas, en estos barrios donde se corta la luz, donde una ambulancia tarda en entrar, donde es común ver cloacas rebalsadas… La vida para los jóvenes de nuestros barrios se fue tornando cada vez más difícil hasta convertirse en las primeras víctimas de esta despenalización de hecho. Miles arruinados en su mente y en su espíritu se convencieron que no hay posibilidades para ellos en la sociedad”.
Ante esto me pregunto: ¿qué vamos a hacer?
¿Qué podemos modificar sin caer en el facilismo del discurso que pide sólo castigo y no busca remedio?
También esta situación nos permite ver un ejemplo maravilloso: las personas que viven cada día con esto, que enfrentan y conviven con esta realidad y la tratan de cambiar, en medio de enormes dificultades, dolores del cuerpo y alma y ahora, encima, rodeados de amenazas.
El cambio está en nosotros.
Debemos comprenderlo y aceptarlo, para poder empezar a volver la hoja y hacer de este mundo, uno mucho mejor.